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La escritura nos convierte en simples piezas entre la extensión del espacio y el tiempo, pero a la vez nos exige salir de lo convencional para explicar la realidad, como quien por voluntad propia abre un paréntesis para detener el tiempo y suceder en un espacio fuera del regular. La escritura en una palabra nos permite morir siguiendo la luz al final del túnel y seguidamente en otro palabra aparecer en una sala de parto; nos permite viajar por las dimensiones de lo real, lo irreal, lo externo y lo interno. La escritura nos permite eso y más.

Bienvenido a este viaje escrito “Sólo para locos, la entrada cuesta la razón.”

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domingo, 4 de mayo de 2014

Quiero ser como Bob Dylan I


Quiero ser como Bob Dylan. A los 16 años esa era mi único pensamiento e hice todo lo posible para lograrlo: el pelo, la chaqueta, el cigarro, los lentes… Hasta traté de aprender a tocar la guitarra y la armónica, pero no pude. Esa era mi primer indicio de algo que ya era obvio y yo no me había dado cuenta, no sería Bob Dylan. ¿Pero quién es capaz de quitarle un pensamiento a un adolescente de 16 años?  Nadie, ni lo intenten, simple no se puede. Y yo seguí en mi esfuerzo de ser Bob Dylan, nadie me detendría. Hice de todo, ya a los 17 estaba fumando marihuana y creo que fue lo mejor que me ha ocurrido. Gracias Dylan. En el colegio no sabían quién era él y no quede tan gafo como lo era, al contrario, parecía el “chico interesante”, “el de los ojos rojos”, “el que fuma”, el anacrónico de la chaqueta de cuero… Ese fue mi mejor momento. Conocí la marihuana y el sexo. Esa linda aventura entre una mujer desnuda y un hombre desnudo, bueno, en mi caso de dos adolescentes desnudos que se creen unos playmate, pero duran menos que un peo. Incité a que mis amigos fumaran y lo hicieron, como Dylan incitó a los Beatles. Niñas, marihuana, más niñas y más marihuana ¿Qué más podía pedir?

Llegaron los 18 y mi ilusión se mantuvo, en secreto claro. Llegaron nuevas aventuras y nuevas experiencias, pero con las mismas canciones, las de Dylan… Entré a la universidad y fue un mundo nuevo. Ahí conocí Johana, una morena alta de 23 años, refinada y bellamente simple. Ese era su mayor encanto: Ser simple. Nunca había escuchado a Dylan, pero sabía de él, todo el mundo sabe de él, él siempre estuvo ahí y siempre estará, como un bufón omnipresente.  Yo le enseñé sus canciones y ella me enseñó otra cosa… Su cuerpo era fino y delicado, su piel lisa y dulce. Ella conocía cada parte de su cuerpo a la perfección y sabía qué usar y cómo usarlo. Era la maestra y yo el alumno. Me presentó a sus amigos, los desahuciados, como ella les decía. Una psudobohemia de la burguesía caraqueña (no soy marxista, pero sus términos son excelentes como adjetivos calificativos). No me caían nada bien y se notaba que todos, y cada uno de ellos, había estado con Johana… Que ladilla. ¿Pero qué me importaba a mí? Al fin y al cabo, quería ser Dylan. Con Johana descubrí cosas nuevas, me llevó a toques, librerías, locales, etc. Me llevó a todos lados. Me educó en cultura, tanto sexual, como intelectual. Teníamos una rutina, implicaba fumar dos veces y sexo en el intermedio. Les explico: Fumábamos un porro, poníamos música (Dylan, por supuesto), teníamos sexo y luego fumábamos un cigarrillo cada uno. No sé qué tiene el acto de fumar de interesante, pero se hace completamente adictivo, parece una prolongación natural de las fauces y labios humanos. Además de ser adictivo, como todo vicio es completamente placentedero, por ejemplo un cigarro después del sexo es un acto teológico… Mágico. Gracias por todo Johana. Nuestra vidas se fueron separando poco a poco, ella quería cantar y yo escribir. Ella quería que escribiera sobre ella y yo no aumento ego ajeno. Ella quería un novio entregado y yo no quería entregarme a nadie. Ella quería más de lo que yo podía, o lo que yo podía no era suficiente para ella. Tratamos de mantener nuestra relación, tratamos, se lo juro que tratamos. Pero un día caminando por el estacionamiento de la universidad veo su carro estacionado y prendido. Decidí acercarme y saludarla, capaz estaba estudiando, durmiendo o almorzando. Me acerco por la parte de atrás y mientras avanzó veo una figura en el asiento del copiloto… Me sorprendió, pero capaz era una de sus amigas. Al acercarme más, distingo que es una figura masculina, pero también cabe la posibilidad de que le haya dado la cola a su vecino. Así que no me importa y sigo acercándome hasta la ventana. Llego y me asomo. El copiloto no era su vecino. Y Johana estaba agachada… No me equivoqué, estaba almorzando, almorzando el miembro de un pajuo. “¡Coño de su madre!” dije en ese momento. ¿Pero saben qué? Que se joda. Toqué la ventanilla y ella se asustó, jajá nunca la había visto tan pálida. Bajó el vidrio y empezó un discurso de disculpasperdón y más perdón. En ese momento el cocinero se bajó corriendo del carro, asustado con su salchicha afuera. Qué bobo. No pensé en otra cosa, sino en Dylan. Y él tenía la respuesta, yo solo tenía que reproducirla. Johana no dejaba de llorar, de disculparse y simplemente no me interesó nada de ella. Le pregunté si tenía mi disco de Dylan puesto en el reproductor y afirmó. Le dije “Préndelo, pon la canción 5, por favor” y ella lo hizo. “Escuchala atentamente Johana” le dije mientras empezaba a sonar la canción: Go ‘way from my window, Leave at your own chosen speed. I’m not the one you want, babe, I’m not the one you need… Espere que rodará hasta el coro y cuando llegó me acerqué a ella y se lo susurré: But it ain’t me, babe, No, no, no, it ain’t me, babe, It ain’t me you’re lookin’ for, babe…
Le di un beso en el cachete (porque claramente no iba a besar su boca, yo no beso huevo ajeno) y me fui. Gracias Dylan, pero siempre me he preguntado por qué esa canción dice: ¿“No soy yo el hombre que buscas”? ¿Por qué justificarse? Capaz ella es la que yo no estaba buscando…               

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