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Luces opacas adornan cuatro
paredes mal pintadas… silencio. Solo silencio, pero no cualquiera, sino el
moderno. Ese silencio que es un espacio entre el ambiente de la metrópolis y
tus pensamientos, no hay ruido, solo… silencio, suspendido entre lo tranquilo y
lo incoherente. Una bañera amplia, demasiada lujosa quizás, pero combina perfectamente con el degrade natural de la escena. Dos aspirinas, suficiente, la sangre se diluirá. Agua caliente, como un jacuzzi… las vasos sanguíneos se dilataran. Sin música. Sin
carta. Sin nada. No hay mucho que decir. Lo único que pronunciaría seria: “¡hola
muerte! Ahora vine yo por ti…”. Esa seria mi tarjeta de presentación, para
luego preguntarle cuál es mi circulo en el infierno… he esperado esto toda la vida, quiero
verlo. Schick. Hojillas Schick. Nuevas, lisas, perfectamente mediocres y útiles para
el acto. No hay cicuta. Hay Schick. Es hora de empezar.
A veces cuestionamos el
valor de nuestras virtudes, a veces no creemos, a veces no hacemos nada… solo,
no sé, saben: ¿Meursault? El extranjero, Camus…
bueno, a veces solo estamos así como él. Esa es la mejor explicación. ¿Sabes cuándo sientes que en cada paso del día
te diriges como a un…? Pero no, al final no importa porque te es indiferente...
y de repente estas con la oportunidad preguntándote y si… y si… y sí. Ya llevo
media hora metido en esta tina, tiempo suficiente. Hola lamina perfectamente lisa.
Mi corazón se acelera. Mierda. Me tiemblan las piernas. Hola Schick. Es ahora o
nunca, no hay: y si… nada. Cruzar la línea, “hola muerte”, el círculo… ¡hay
que hacerlo! No importa el futuro… no importa… hay algo esparciéndose en la bañera.
Un color se degrada lentamente, impregnando toda el agua, es castaño…
proviene de mí. Mierda… me cague. En serio. Me hice encima, solté el intestino...
que bolas. ¿Y ahora?
7
El sol se oculta lentamente.
Estas tú con alguien al lado, sentados… “tanto tiempo teníamos sin
vernos de verdad que te me hiciste extraño, como si fueras otra persona. Pero imposible,
pase lo que pase siempre vemos lo mismo, el pasado es uno, aunque solo exista
en mi memoria... ¿y en la tuya?”. El degrade del cielo nos impregna las
pupilas. “…después de tanto tiempo, aquí estamos,
después de quien fuiste, después de quien eres, después de todo. Aquí estamos
uno a uno. Dime lo que me quieras decir, tómate tu tiempo… jajá bueno, en este sitio esa
palabra toma otro significado, digamos que dispones de una tarjeta ilimitada
para pensar, así que no te apresures. Se paciente. Este atardecer no se irá, será
siempre así, mírame… piensa, las palabras caerán como yunques, pesaran la vida entera.
Bienvenido al purgatorio.” Te dice alguien igualito a ti.
“Yo sé cómo es el infierno” Me dijo ayer un borracho en la tasca más
barata de Caracas. Recién había escrito el cuento anterior, voy a
despejar mi mente y me topo con este chamo como de 20 años, totalmente ebrio que me dice: “Nosotros somos nuestro propio infierno. Imagínate
esto: es sencillito. La biblia, Dante… y hasta Sartre, han tratado de describirlo,
pero ninguno me convence, y si Dios ha muerto… yo estoy en el derecho de
definir mi propio infierno. Aja, el verdadero infierno es minimalista. Simple:
nos dejan en la urna. Imagina quedarte en la urna como despierto, sin poder
moverte. Ahí, mal vestido, con toda esa basura que nos echan. Quedarnos acostados.
Todo el tiempo… jajá bueno, como escribiste en tu cuento anterior, en estos
lugares así el tiempo es difícil de explicar. Simplemente estaremos ahí en la
urna y ya. Solo podemos estirar los dedos y abrir los ojos, estaremos estáticos
eternamente. Este es el verdadero infierno… Ah, y justo adelante de nosotros,
adentro de la urna, a la altura de nuestros ojos, hay un espejo.” El
borracho, de hecho, se parecía a mí.