Somos una generación frustrada
buscándole sentido al tiempo, quemando porros en las ventanas de residencias
conservadoras y burguesas. Somos una generación que pretende el libertinaje,
evocando personalidades bohemias sin ver el fracaso que denotan nuestras
miradas.
Estudiantes que perecen
en la rigidez académica, en busca de verdades donde no las hay, llorando todo
el día por el dolor que significa existir y ser arrojado al mundo sin
consentimiento, llorando… Llorando hasta que las lágrimas sean sangre y nuestro
sentimientos no existan.
Estamos drogados de
ansias, drogados del deseo por superar la monotonía que nos rodea, drogados
para olvidar la realidad acaparada por la política sucia que nos succiona
nuestra alegría.
Políticos buscando acabar
con la libertad, presos en su ideología, castrando juventudes del porvenir,
ofreciéndoles un presente amargo, vaciando de sentido a una generación que
nunca tuvo sentido.
Somos soñadores llenos de
pesadillas, ocultando nuestros miedos para no ser juzgados, para evitar sufrir,
rompemos nuestras ilusiones para no desilusionarnos, traicionamos a nuestros
amantes para no ser traicionados primero, traicionamos porque la fidelidad es
un invento, una ilusión socialmente aceptada.
Somos una generación
frustrada que camina en el cementerio de ideales en el cual se ha convertido
nuestro siglo, amantes enamorados de sí mismos, concibiendo el sexo como la
soledad que ocupa nuestra alma.
Desconocidos besándose en
la oscuridad, para no verse por miedo a ver quiénes son, y solo quieren sentir
el deseo que emana de cada labio cuando choca contra la lengua, alienándose del
mundo en un beso, hay parejas encerradas en moteles practicando sexo oral para
hacer valer la vida que les duele.
Llantos de tristeza que
la sociedad nos regala, cuadros depresivos como paisajes cotidianos, familia
disfuncionales para criar bebes drogadictos que lloran por la soledad sin más
nada que hacer que llorar,
Llorar
¡Llorar!
La moral es un adorno
para quien la desvaloriza como mecanismo de control, pero es un candado para
quien le otorga el centro de su vida. Somos drogadictos por el simple hecho de
estar vacíos por dentro, buscando satisfacer nuestra angustia con
infidelidades, aventuras, peligros y adrenalina.
Fumamos marihuana para
abrazar la irrealidad y buscar más adentro de lo que podemos ver, para buscar
quiénes somos, pero no hay nada, solo tristeza y desolación que nos obliga a
seguir fumando, aspirando humo para sentirnos vacíos, buscando la libertad de
la que carecemos por ser incrédulos ante la felicidad, fumamos para curar
nuestra insatisfacción ante el modelo de vida cuadrado y mecánico de las
oficinas.
Vemos en el hedonismo la
religión que merecemos por nacer en una sociedad sucia y pervertida, que nos
abraza con sus pecados mortales y nos moldea con sus ideales bastardos,
herederos de pasados melancólicos y sangrientos.
Jóvenes tímidos e
inseguros de sí mismos frente a los parámetros comerciales, parámetros falsos,
demagógicos y hegemónicos que tratan de controlar la belleza, la justicia y la
existencia.
Generación de narcisos
egocéntricos, jóvenes histriónicos buscando llamar la atención de padres
distraídos, ocupados con el dinero, ocupados en sí mismos porque son más
histriónicos y más egocéntricos que sus hijos. Amantes megalómanos, viéndose en
el espejo para observar las muecas de placer que invaden nuestra expresión.
Promiscuos buscando el
amor desnudos, con besos en la espalda, besos en el cuello, besos incompletos, besos
cómplices, besos complicados, dos infelices perdidos en el mundo y encontrados
en la boca, abstraídos de todo por la inocencia, aplastados contra la pared,
sintiendo como el frió entra por los pezones y recorre nuestra alma para
decirnos que no somos nada, que no existimos sino para nosotros mismos.
¡Viva Dionisio!
¡Viva la vida!
Viva cada segundo que
disfrutamos juntos, que apreciamos frente a la muerte que todos los días nos
observa y persigue, recordándonos que es la reina de la verdad.
Amamos la vida
¡La amamos!
La amamos porque
entendemos su ilógico sin sentido y su extensión finita.
Sobre todo este campo de
melancolía reside nuestra alegría de vivir, esta tristeza es el punto inicial
de la vitalidad que emanamos, mandamos todo a la mierda, todo, y solo nos
interesa divertirnos.
Somos una generación que
no cree en la locura como enfermedad, sino como estado cotidiano, somos locos,
locos por todo, somos adictos, adictos al placer, adictos a la vida, adictos a
los instintos como epistemología, somos tristes, depresivos, suicidas,
ansiosos, estamos abandonados al vacío de perversión que nos otorgó el mundo
que nos parió.
Amantes de piel suave,
que rozan sus cuerpos para vencer el hastío de la nula existencia que nos
quieren otorgar, homosexuales besándose en el balcón presidencial, lesbianas
rezándole a Cristo con las tetas al aire, somos rebeldes sin importarnos nada,
porque queremos llegar hasta las últimas consecuencias, queremos llegar al
fracaso del exceso, que es principio y fin de todo esto, que es principio y fin
de nosotros.
Gritamos auxilio desde
cada pulmón, pedimos ayuda, pedimos futuro, pedimos más, más y más de lo que
queremos y podemos abarcar, somos unos insatisfechos que nadie enseñó a vivir
¡Ayuda!
¡Ayuda!
¡Ayuda! no podemos con
todo esto, somos desamparados ante el mundo, refugiándonos en placeres,
falacias, drogas. Gritamos ayuda, nos besamos por ayuda, lloramos por ayuda,
ayúdennos por favor.
No creemos en las
mentiras implícitas dentro las verdades que nos vendieron de pequeños, cuando
no conocíamos nada y nos manipularon, por eso somos incrédulos, ateos, animales
insaciables buscando en cada minuto besos de amor que no existieron, buscando
dioses llenos de falacias lógicas, buscando religiones dirigidas por
sofistas... Buscando drogas de la felicidad que nos alimenten los sentidos,
buscamos lo que sea para superar
la frustración
que nos genera
nuestra
generación.