Recuerdo el aurora de la mañana,
Pero recuerdo aun más la noche que la precedió.
Recuerdo como en la fuerza magnética de nuestras miradas, surgió la atracción de los cuerpos,
Como en la ensordecedora inmensidad del silencio, nació nuestra intimidad.
Recuerdo como desnudos flotábamos inmensurablemente sobre la habitación,
Livianos como una pluma nos deslizábamos por todas partes:
Por la cocina, por el cuarto, por el baño, por el sillón…
Tu cuerpo junto al mío volando, como Dios nos trajo al mundo: libres, desnudos y felices,
Librados de todo convencionalismo social, en nuestro estado natural,
Irradiados por la luz de Dios.
Ese Dios que une los cuerpos, ese Dios que unió a Adán y a Eva,
Ese Dios que creó el amor, pero nos regalo la dicha de hacerlo.