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La escritura nos convierte en simples piezas entre la extensión del espacio y el tiempo, pero a la vez nos exige salir de lo convencional para explicar la realidad, como quien por voluntad propia abre un paréntesis para detener el tiempo y suceder en un espacio fuera del regular. La escritura en una palabra nos permite morir siguiendo la luz al final del túnel y seguidamente en otro palabra aparecer en una sala de parto; nos permite viajar por las dimensiones de lo real, lo irreal, lo externo y lo interno. La escritura nos permite eso y más.

Bienvenido a este viaje escrito “Sólo para locos, la entrada cuesta la razón.”

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domingo, 10 de agosto de 2014

Cuentos infantiles para adultos IV

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Este es la historia de un señor, no muy mayor…  un adulto contemporáneo podríamos llamarlo. Vive su vida como la imaginó de pequeño, se graduó de la universidad, consiguió un buen empleo, se estableció, creo una familia, varios hijos, compró dos apartamentos, carros, cabañas vacacionales…  ha logrado todo lo que él esperaba, y logró más de lo que los demás esperaban de él. Es respetado en su trabajo, tiene una oficina propia en la torre financiera… claro, después de pasar 5 años metido en un cubículo. Vive con una sonrisa, ríe de oreja a oreja, es amigable, entusiasta, a veces hasta ingenuo… ¿pero quién no lo es? Nuestro señor, con dificultades, consiguió todo lo que tiene. Luchó en la cadena de producción de la vida, un autómata, un burgués, un producto del ascenso social moderno. Y él está contento por eso (porque no lo sabe), su sonrisa es sincera, a veces hasta se persigna, va a la oficina, ve a su familia, a sus compañeros, asiste a cenas, hace viajes de turista, con medias altas y cámara en mano… se puede decir que nuestro señor es una persona feliz.

Pero un día, el señor, se vio en el espejo… sé que nos vemos al espejo todos los días, pero me refiero a esa vez que te miras reflejado en la pupila del espejo, ves a adentro de ti y te preguntas: ¿Quién soy? Bueno de esa mirada al espejo hablo yo… el señor se observó así y cuestionó si era una persona demasiado alegre. Dudó de su vida, de lo que hace, de lo que ha logrado y no tuvo otra opción que admitir que si era feliz. Lo era, pero porque él en su interior sabe que le falta algo. Esa risa no es de gratis, esta absorto en un trabajo mecánico, lee revistas y periódicos baratos, adquiere lo último en tecnología y automóviles (aunque se endeude), compra por comprar, porque nada de eso lo necesita, olvidó las artes, la filosofía y la lectura (si alguna vez las tuvo). Solo consume, no crea nada, ni sus pensamientos en las discusiones... lo que hace es repetir lo escuchado en la tele o lo leído en el periódico. Nuestro señor, el protagonista, se reconoció y admitió ahí al frente del espejo, que era ignorante.  

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