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La escritura nos convierte en simples piezas entre la extensión del espacio y el tiempo, pero a la vez nos exige salir de lo convencional para explicar la realidad, como quien por voluntad propia abre un paréntesis para detener el tiempo y suceder en un espacio fuera del regular. La escritura en una palabra nos permite morir siguiendo la luz al final del túnel y seguidamente en otro palabra aparecer en una sala de parto; nos permite viajar por las dimensiones de lo real, lo irreal, lo externo y lo interno. La escritura nos permite eso y más.

Bienvenido a este viaje escrito “Sólo para locos, la entrada cuesta la razón.”

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jueves, 17 de julio de 2014

El cuento de Verónica

Todos creamos grandes edificios en nuestra mentes… todos, eso es fácil. Dejar fluir la imaginación puede ser una rutina diaria, situaciones ideales o el futuro, todo podemos imaginarlo. Lo difícil es otra cosa, la verdadera dificultad está en crear grandes edificios en la imaginación de los otros. O más complicado aún, afuera de nosotros. Crear una obra que sea un edificio o un mundo externo a nuestro ser, con personajes propios, con vida propia, esa es la tarea más ardua, más exigente, más compleja. ¿Quién ha hecho eso?

¿Quién?

Grandes, solo los mejores, los artesanos de la palabra escrita, esos personajes que dominan el idioma como un orfebre, como un relojero. Esos maestros se sientan con su instrumento: el lenguaje, y empiezan a crear, no hay mejor palabra que esa: crear, desde el interior de su ser deciden crear y la creación es tan pura, nítida y limpia (diría Nietzsche) que se desprende fuera de ellos, que adquiere vida propia, que es. Ahí se reconocen a los mejores, cuando la obra no solo es una proyección del autor, sino que es por ella misma.

No sé por qué les digo todo esto, escucho Echoes de Pink Floyd, se me ocurrió y decidí compartirlo con ustedes. No tengo más nada qué hacer, me acabo de fumar un tabaco y escucho música… siento como la vida va, viene, pasa y me quedo estático. La veo sentado, veo el tren andar y nunca me monto, no hago nada, no sé lo que he hecho ni lo que he sido. Y no me queda claro el presente tampoco, Mafe se fue para no volver. Quizás sea lo mejor, todo retorno puede ser peligroso, pero eso no quiere decir que la anhele o sufra por su partida. De hecho, lo hago. Esta escena es producto de su despedida, como yo creo ser un producto de ella. “La vida sigue”, “hay muchos peces en el mar”, etc. Los clichés me aburren, ya ni los escucho… no se trata de que estoy mal, de que sueño despierto o estoy deprimido. No. Todo se resume en que estoy claro, estoy demasiado consciente de todo y eso me pesa. Probablemente Mafe no me ame, esta con otro, me olvido y no volverá, está bien, no veo ningún problema en ello, ella es libre (palabra que los enamorados no entienden muy bien). El problema está en mí. Hay un vacío, un pequeño espacio sin rellenar (donde estaba ella) que me va definiendo día a día. Es una espinita que siempre estará ahí, que cuando se le antoje puede empujar y me recordará su existencia, pero no me molesta todo los días, yo vivo, rio, abrazo, quiero, pero a veces, aparece. Nunca se ira, el peso de su partida es algo que me acompañara de por vida, y eso es lo que me tiene así.

Verónica está en el cuarto de al lado acostada, duerme. Acabamos de hacer el amor. Se ve tan natural, pura y bondadosa con los ojos cerrados. Inocente. Parece un pequeño ángel que guardó sus alas para dormir, alas que nunca tuvo, porque apenas se despierte agarrará su tridente… no hay que confiarse de nadie, y menos del amor, esa droga que nos neutraliza los instintos de defensa, que nos hace débiles y susceptibles. Hay que tener cuidado. En serio.



No, ¡No!

No me gusta nada de lo que escribí, nada. Pareciera que no me puedo meter en la cabeza de un hombre, no entiendo sus vanidades. Ser mujer es más fácil, es mucho más sencillo ¿pero escribir en primera persona, intelectualizar, pensar y sentir como un hombre? No puedo… y así me quiero llamar escritora. Cree un balurdo, drogado, dolido… le inventé una mujer, le inventé un despecho. Que básico. Que escena tan típica, solo le faltaba la cerveza. Ensoñaciones de zombie. Veo a Manuel, duerme.  ¿Por qué traté de pensar como él para escribir mi cuento? ¿Por qué? Y él piensa así, de hecho, me ha comentado cosas como las que escribí. La debilidad en el amor, la espinita que le dejó Carmen… bueno, creo que sí, describí a Manuel. Lo hice mi protagonista. Lo veo dormido y me pregunto si de verdad lo amo. Si esto que estamos viviendo es amor.  Yo quiero creer que sí, pero en el fondo sé que no.
¿Qué estará soñando? ¡DESPIERTA MANUEL!



He soñado algo loquísimo. Acabo de soñar que Verónica escribía un cuento sobre mí y se cuestionaba si estaba enamorada. ¿Por qué habré soñado eso? Será que no estoy seguro de nuestra relación. No sé. Yo siempre he pensado que los sueños son pronosticadores… del presente o del futuro. Una vez Mafe soñó que le monté cachos, y era verdad… ¿será que Verónica no está enamorada de mí? No creo. Me hubiese dicho, además, no me diría todos los días te amo sino lo sintiera… o quizás, esa sea la razón por la que me lo dice tanto, porque no lo siente. Ahora no sé qué pensar… Debería despertarla, mañana tiene que entregar un cuento para la sección literaria del periódico. Ella es muy buena escritora, siempre he dicho que los grandes artistas crean sus obras afuera de ellos mismo, grandes edificios con una existencia propia, no anhelos personales. Verónica, para mí, lo hace… la crítica le ha dado duro ¿pero a quien no? a todos, a los mejores sobre todo. Ella tiene su mundo onírico y literario. La admiro, pero me pregunto de dónde sacará las ideas para escribir… esa es la pregunta que quiere hacerle todo lector a su escritor favorito. Una vez me comento algo sobre Luis, su primer amor, me dijo que no sentía nada por él, nada, que de hecho, lo ha rechazado cuando el trata de volver (ella no cree en los retornos, dice que son dañinos), pero que aunque no lo ame él aparece en su memoria de vez en cuando, ronda su cabeza como observándola, es un vacío en ella, una pequeña espina que a veces la lastima… Luis es alguien que definió quién es ella y al parecer su literatura nace desde ese vacío, desde ese peso existencial que ella carga. No la entiendo. Para nada.

La despertaré. “Verónica… Vero, despierta gorda. Es tarde. Tienes que entregar el cuento hoy… Vero despierta”.



Qué raro el sueño que acabo de tener. Odio cuando los personajes me despiertan, y más por responsabilidades. Mi ansiedad siempre me juega una mala pasada. Hasta sueño con las asignaciones. Odio el sentimiento de culpa, no entregarlo sería un pecado. Tengo que hacerlo. Me quedan 4 horas, estoy mucho más descansada, ayer llegue agotada… Manuel me hizo un masaje y tuvimos sexo increíblemente. Que rico. A veces pienso que hacemos el amor… pero no sé si lo amo.

Bonita imagen, me levanto y veo a Manuel durmiendo en el sofá como una foca, echado, babeado… que desastre. Dejó la música prendida y las cenizas en el piso, yo no tengo problemas con que fume lo que le dé la gana, pero le he dicho mil veces que no lo haga en mi casa. Lo veo y digo: se supone qué este es el hombre que debo amar, ese espécimen ahí acostado… suerte con eso. Chao vale, dejaré de escribir por escribir y haré el cuento que tengo que hacer.

Fin.

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