Me asomo por la ventana de mi ciudad y veo circular a las
parejas, al mendigo, a la mujer soltera y al poeta.
Prendo un cigarro y disfruto el humo mientras siguen pasando
las señoras, las no tan señoras, los que son hijos y las que son mamás. Pasan
los ciegos, el adinerado y los pobres.
Son hilos que tejen la camisa de esta ciudad.
Caminan los abuelos, las abuelas, los vendedores, los músicos, los estudiantes, los empresarios y los borrachos.
Caminan los abuelos, las abuelas, los vendedores, los músicos, los estudiantes, los empresarios y los borrachos.
Todos caminan en busca de sentido.
Ahí van los deprimidos, los felices, el seductor, la seducida,
el policía, el rockero, el lector, las putas y el enamorado.
Cada paso que dan representa un significado.
Veo los amigos, el religioso, las modelos, las que se creen
modelos, el bohemio y los extranjeros.
Todos van y vienen. Vendrán y se irán, son pasajeros de esta
pasarela coloquial.
El obrero, el empleado, el jefe, el que barre, el que está
perdido y el que va apurado.
Cada persona es una gota y juntas hacen este río, este río de
piel y concreto que fluye por su cauce.
Se acaba mi cigarro, cierro mi ventana, y está ciudad se viste
de gala con la camisa tejida por los obreros de la cotidianidad.
Esos obreros que le dan sentido y significado a esta ciudad
con hambre, esta ciudad que se
alimenta con el bulevar de sabana grande.
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